viernes, 25 de febrero de 2011

Pálida Rosa

Resulta que hace un tiempo las rosas me seducen. Junto a ellas he vivido insaciables noches de lujuria, fríos amaneceres de llanto y melancolía, días brillantes de soñolienta primavera.

Un pétalo, una vela y tus caricias. Una rosa con cuerpo de amante y mirada de sorna, perdida entre sabanas finas y corazones fervientes. Un olor que impregna el aire de dulzura y avaricia. Avaricia de encanto, de placer, de tus manos. Tus manos tan limpias, tan blancas, llenas de tallos que han crecido con tu vida. Parece que ha pasado ya tu vida por tus manos.

Y es que no solo una rosa es atractiva en su máxima abertura. A sus pétalos rubios y marchitos los encuentro expresivos y fogosos. Si bien marchita, llena de confianza y plenitud.

¿Por qué debe la belleza ser tan simple como la juventud, colorida y perfumada por el satín y el terciopelo?, ¿Acaso no es bella una mujer con sus senos, muslos y caderas colmadas de madurez?, ¿Acaso no es más cálido y abrumador un corto atardecer que un eterno día soleado?, ¿No es entonces una rosa igual de primitiva cuando sus pétalos se estrían y su tallo se quebranta?

Este rojo y espeso vino, con aroma de lluvia y cuerpo de mujer, resulta parecerse a una pálida rosa voraz e indescriptible. A aquella rosa que descansa acallada entre tus manos.


Mateo Ramirez Molina

Febrero 25 de 2011

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