Merecedor de múltiples elogios y diversos reconocimientos, Nicolás Guillén fue un poeta cubano de comienzos del siglo XX, representante de la poesía afroantillana y uno de los mayores exponentes y más sensibles escritores de la historia americana.
Guillén, estuvo involucrado en una época de grandes hechos y revoluciones. De ésta generación, hicieron parte importantes escritores y dramaturgos españoles y latinoamericanos como Federico García Lorca, Eduardo Carranza, Pablo Neruda, Pedro Salinas o el mismo José Martí. Tal vez la época más arrazadora tanto para la história universal como para la apasionante historia de la poesía.
Dentro de los cientos de escritos de Nicolas Guillén, Rosas de Elegía, un poema casi perfecto -que denota el uso estricto de la estrofa y un rigor artístico de la época-, se encuentra dentro de los sonetos con los cuales incicia su obra este prolífico autor.
Leer uno y otro soneto de Guillén, revive en cualquier momento y escenario, la nostalgia escondida de un amor inconcluso, la amarga y desesperada sinfonía del tiempo, la pasíon por encontrar en cada objeto un poema, un delírio, el pensamiento agarrido, casi mordáz de un escritor.
Rosas de Elegía
I
Hoy te miré pasar, con la arrogante
aristocracia audaz de tu desvío,
cual si quisieras, en el pecho mío,
tornar más cruel la llaga torturante.
Yo, sin querer, soñé con el distante
amor feliz que se murió de frio
y en el dolor de mi jardín sombrío
se abrió la flor de otra ilusión amante.
Sentí otra vez tu cuerpo perfumado
junto a mi pobre cuerpo abandonado
latir ardiente, como en otros días…
busqué tus manos y busqué tu frente,
¡y hallé tan sólo, dolorosamente,
la soledad de las tristezas mías!
II
Ya no podré, bajo la tarde quieta,
cuando suspira el céfiro en las flores,
decirte la canción de mis amores,
ni la emoción de mi pasión secreta.
Ya no me quieres, y la cruel saeta
del destino, mató mis ruiseñores:
sólo quedan, junto a mis dolores,
mis quiméricas ansias de poeta.
Yo bien quisiera doblegar la frente,
romper la lira y acallar la ardiente
queja inmortal que mi dolor exhala;
Pedir perdón con humildad de niño
y así esconderme bajo tu cariño,
como si fuera tu cariño un ala.
III
Mi corazón, que se embriagara un día
de pasíon y de luz, hoy pena y llora,
sin que alumbre una estrella bienhechora
la noche funeral de su agonía.
El hada cruel de la melancolía
clava en mí su guadaña punzadora:
no tengo una ilusión consoladora,
ni un ensueño feliz, ni una alegría…
Y tu lo sabes, porque tú me has visto
llevar a cuestas, cual un nuevo cristo,
la negra cruz de mi esperanza trunca.
Mas hoy que a tu placer mi duelo asomo,
tú me desprecias y te burlas, como
si no me hubieras conocido nunca.
IV
¿No te conmueve mi pesar sombrío?
¿Nada te dice mi fatal quebranto?
Tu corazón, que me quisiera tanto,
¿por qué hoy me mira indiferente y frío?
La noche tenebrosa del hastío
cubre mi vida de mortal espanto
y aunque canto mis sueños en mi canto,
no tengo un sueño a quien llamarle mío.
La daga cruel de tu desdén me hiere
y hasta en mi pecho, en que la dicha muere,
la negra copa del dolor vacías…
¡En vano esperarán mis ilusiones
tus misereres y tus oraciones
sobre la pena de tus agonías!
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Faltaría un alma para no sentir éstas frases tan desgarradoras.
Mateo Ramirez Molina
Marzo 18 de 2011