miércoles, 27 de abril de 2011

Une nuit en silence

Celui-là, c'était le jour le plus sombré de l'année,

la pluie trébuchait sur la fenêtre,

les lumières de la rue cachaient le froid du ciel,

c'était la plus triste nuit de l'hiver,

c'était un moment dans lequel j'ai senti que la solitude m'attrapait

Je n'ai pas eu un sourire, un bonheur, une bonne pensée

J'ai pleuré autant que la nuit,

ce jour c’était aujourd'hui, le 28 janvier, dans ma chambre, dans mon lit, avec la simple compagnie du silence.

MATEO RAMIREZ MOLINA

Le 28 janvier 2011

sábado, 16 de abril de 2011

El reciclaje en Bogotá, estímulo analgésico: figuras y personajes

“(…) la atmósfera de una ciudad como Bogotá es la de estos estímulos analgésicos que son la pantalla en la que se proyectan todas las realidades e imaginaciones del bogotano”

María Teresa Salcedo

La ciudad de Bogotá, se encuentra conformada por escenarios disímiles asociados a actitudes nómadas de apropiación del espacio. La presencia de distintos fenómenos en las calles, a los que generalmente vinculamos con figuras y personajes, representan verdaderos estímulos en la vida del transeúnte. “Las calles son capaces de transformar los objetos a los ojos de quien las camina”[1]. El bogotano es capaz de crear caminos, imágenes y personajes a través de pequeños acontecimientos cotidianos. El que explora las calles bogotanas, el que observa y entiende cada estímulo que agobia la vida bogotana, hace posible que cada objeto, que cada imagen se convierta en un analgésico que hace posible soportarla[2]. El bogotano percibe cada objeto a partir de una experiencia vivida, y logra asimilarlo de una forma más sensible y pasiva.

Dentro de estas ocasiones, que se encuentran ya arraigadas a un imaginario colectivo, existe un fenómeno en la ciudad que ha venido extendiendo su figura desde los años 70’s, a causa de una dinámica económica particular, basada en la reutilización de bienes de consumo: el reciclaje. La comercialización y búsqueda de estos insumos, sustenta alrededor de 5.000 familias en Bogotá y actualmente se encuentra vinculada a un proceso de agremiación y reconocimiento. Para muchos, los chatarreros, cartoneros, zorreros, locos y hasta desechables, son gente que transmite miedo y repudio. Dada su misma condición, sus ropas y olores, estas personas desatan temor en los transeúntes, quienes evitan su contacto físico y visual. Son objetos que dejan de ser estímulos de la vida urbana, pasando a ser considerados ‘nuevos estorbos’ en las calles[3].

Según Taussing (1986), la percepción que se tiene del reciclador es la de “un drogadicto, sucio, que hace mucha mugre y que no hace más que gastarse la plata en vicio”. Se les considera a partir de una percepción negativa determinante. Es una imagen generalizada que viene desde el mismo origen de la delincuencia aglomerada y decadente de la ciudad de hace tres décadas.

En Bogotá, el reciclaje funciona en torno a territorios y límites que tienen que ver con el sitio de asentamiento y las calles en las que se agrupa un determinado circulo de recicladores[4]. Una esquina, una manzana, una mancha en el piso, puede significar un límite entre ‘parches’, y es allí en donde se generan pequeños y/o grandes grupos de carreros, entorno a actividades propias del oficio como el descargue, la selección de materiales, las fogatas, comidas, y en ocasiones, las trabas. La segregación de la población recicladora se encuentra inmersa en formas de organización creadas por sus mismos grupos, dando como resultado una serie de contextos etnográficos e identitarios, con formas de vivir y pensar distintas.

Estos niveles de dispersión, se producen dado que la capacidad de cooperatividad entre grupos de recicladores, se encuentra aún en un proceso incipiente. Para contrarrestar este tipo de círculos, el Distrito, por medio del ‘Plan Distrital de Reciclaje’, ha iniciado un proceso de formalización de la actividad recicladora por medio de campañas, rutas de recolección selectiva y programas de inclusión social, cuyo fin es crear proyectos productivos y empleos sostenibles. Así mismo, la Asociación Nacional de Recicladores, autónoma desde 1988, y la Red de Solidaridad Social, han buscado la forma de incluir a este importante segmento de la población en una actividad económica más organizada.

Pese a los inconvenientes sociales que puedan generar estas personas al encontrarse inmersas en un oficio descontrolado y aún no tan claro, el cartonero o reciclador debe ser internado en nuestra colectividad como una figura, como un personaje del acontecer urbano. El cartonero es un peatón, un transeúnte y a la vez un conductor, de sus manos y pies depende cuánto y cómo se recicla, el movimiento de su carga y modo de transporte y los recorridos diarios de entre 10 y 15 kilómetros. El reciclador conoce y observa la ciudad a partir de velocidades, ruidos y olores diferentes a los suyos. Anda mareado y acalorado, desenvolviéndose entre las miradas desprovistas de la gente. Su trabajo, el entorno social y económico que los rodea, son límites para su apariencia, no limitaciones que impiden su desarrollo como personas naturales, agrupadas y cobijadas bajo una misma ética y moral.

Cuando vea a un reciclador, a un cartonero, dele la mano, le aseguro que no quedará infectado ni le hará perder su vida antes de los ochenta.

Mateo Ramírez Molina

16 de Abril de 2011

humateo23@hotmail.com

http://mateoramirezmolina.blogspot.com



[1] Ver Salcedo, María Teresa. Apuntes etnográficos sobre los cartoneros. En: Pobladores Urbanos, Tomo II. Bogotá TM Editores, 1994. p. 194

[2] Comparar Salcedo, María Teresa. Apuntes etnográficos sobre los cartoneros. p. 194

[3] Comparar Salcedo, María Teresa. Apuntes etnográficos sobre los cartoneros. p. 199

[4] Comparar Salcedo, María Teresa. Apuntes etnográficos sobre los cartoneros. p. 204