viernes, 18 de marzo de 2011

Nicolas Guillen y su poema Rosas de Elegía

Merecedor de múltiples elogios y diversos reconocimientos, Nicolás Guillén fue un poeta cubano de comienzos del siglo XX, representante de la poesía afroantillana y uno de los mayores exponentes y más sensibles escritores de la historia americana.

Guillén, estuvo involucrado en una época de grandes hechos y revoluciones. De ésta generación, hicieron parte importantes escritores y dramaturgos españoles y latinoamericanos como Federico García Lorca, Eduardo Carranza, Pablo Neruda, Pedro Salinas o el mismo José Martí. Tal vez la época más arrazadora tanto para la história universal como para la apasionante historia de la poesía.

Dentro de los cientos de escritos de Nicolas Guillén, Rosas de Elegía, un poema casi perfecto -que denota el uso estricto de la estrofa y un rigor artístico de la época-, se encuentra dentro de los sonetos con los cuales incicia su obra este prolífico autor.

Leer uno y otro soneto de Guillén, revive en cualquier momento y escenario, la nostalgia escondida de un amor inconcluso, la amarga y desesperada sinfonía del tiempo, la pasíon por encontrar en cada objeto un poema, un delírio, el pensamiento agarrido, casi mordáz de un escritor.

Rosas de Elegía

I

Hoy te miré pasar, con la arrogante

aristocracia audaz de tu desvío,

cual si quisieras, en el pecho mío,

tornar más cruel la llaga torturante.

Yo, sin querer, soñé con el distante

amor feliz que se murió de frio

y en el dolor de mi jardín sombrío

se abrió la flor de otra ilusión amante.

Sentí otra vez tu cuerpo perfumado

junto a mi pobre cuerpo abandonado

latir ardiente, como en otros días…

busqué tus manos y busqué tu frente,

¡y hallé tan sólo, dolorosamente,

la soledad de las tristezas mías!

II

Ya no podré, bajo la tarde quieta,

cuando suspira el céfiro en las flores,

decirte la canción de mis amores,

ni la emoción de mi pasión secreta.

Ya no me quieres, y la cruel saeta

del destino, mató mis ruiseñores:

sólo quedan, junto a mis dolores,

mis quiméricas ansias de poeta.

Yo bien quisiera doblegar la frente,

romper la lira y acallar la ardiente

queja inmortal que mi dolor exhala;

Pedir perdón con humildad de niño

y así esconderme bajo tu cariño,

como si fuera tu cariño un ala.

III

Mi corazón, que se embriagara un día

de pasíon y de luz, hoy pena y llora,

sin que alumbre una estrella bienhechora

la noche funeral de su agonía.

El hada cruel de la melancolía

clava en mí su guadaña punzadora:

no tengo una ilusión consoladora,

ni un ensueño feliz, ni una alegría…

Y tu lo sabes, porque tú me has visto

llevar a cuestas, cual un nuevo cristo,

la negra cruz de mi esperanza trunca.

Mas hoy que a tu placer mi duelo asomo,

tú me desprecias y te burlas, como

si no me hubieras conocido nunca.

IV

¿No te conmueve mi pesar sombrío?

¿Nada te dice mi fatal quebranto?

Tu corazón, que me quisiera tanto,

¿por qué hoy me mira indiferente y frío?

La noche tenebrosa del hastío

cubre mi vida de mortal espanto

y aunque canto mis sueños en mi canto,

no tengo un sueño a quien llamarle mío.

La daga cruel de tu desdén me hiere

y hasta en mi pecho, en que la dicha muere,

la negra copa del dolor vacías…

¡En vano esperarán mis ilusiones

tus misereres y tus oraciones

sobre la pena de tus agonías!

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Faltaría un alma para no sentir éstas frases tan desgarradoras.


Mateo Ramirez Molina

Marzo 18 de 2011

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